En plena antesala del verano, cuando el calor comienza a apretar en la extensa llanura del Campo de Calatrava, los vecinos de Almagro y Bolaños de Calatrava se enfrentan, un año más, a un enemigo invisible pero persistente: el aire que respiran. Y no es solo calor lo que llega con el viento, sino el penetrante y desagradable olor que emana del vertedero de Residuos Sólidos Urbanos (RSU), una instalación que lleva más de 35 años funcionando a escasos kilómetros de estas dos localidades.
Ubicado estratégicamente —o más bien, desafortunadamente— cerca de Almagro y Bolaños, este vertedero se ha convertido en el “basurero provincial” por excelencia, recogiendo más de 200.000 toneladas de residuos anuales procedentes de la mayoría de municipios de la provincia de Ciudad Real. En total, da servicio a los residuos generados por más de 400.000 habitantes, mientras las poblaciones colindantes apenas reciben más que molestias, olores nauseabundos y una calidad del aire que deja mucho que desear.
Un impacto directo en la calidad de vida
Dependiendo de cómo sople el viento, el hedor puede asfixiar una jornada entera en los hogares de Almagro y Bolaños. Un olor que impregna ropa tendida, patios, calles y, lo que es más preocupante, los pulmones de sus habitantes. Un aire insalubre que nadie supervisa con el rigor que merece. Los vecinos denuncian desde hace décadas un deterioro constante de su calidad de vida, y la situación, lejos de mejorar, parece haberse normalizado en el silencio institucional.
Mientras tanto, ni la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, ni la Diputación Provincial, ni el Consorcio RSU, ni siquiera los propios ayuntamientos implicados han sido capaces de poner soluciones eficaces sobre la mesa. Las tímidas promesas, las compensaciones simbólicas y los planes “en estudio” no han bastado para resolver un problema que cada verano se convierte en una auténtica pesadilla para las familias que conviven con este foco de contaminación a las puertas de sus casas.
¿Dónde están las protestas?
Hace años hubo movilización. Se recordarán aún aquellas manifestaciones en la Plaza Mayor de Almagro, las marchas convocadas por la Plataforma “No al Vertedero”, o aquellas concentraciones con lemas como “Almagro, NO al Vertedero, la SALUD lo Primero”, “STOP al Vertedero” o “Fuera malos olores”. Fueron intentos de vecinos de alzar la voz contra una injusticia que, sin embargo, ha sido progresivamente silenciada por la inacción, el desgaste y la falta de unidad social.
Con más de tres décadas de funcionamiento, el vertedero sigue ahí, intacto en su funcionamiento, en su carga diaria de residuos y en su impacto medioambiental. Lo que no permanece igual es la salud de quienes viven en su entorno, ni el futuro que estos pueblos merecen.
Una larga lista de incumplimientos
Distintas voces técnicas y sociales han señalado repetidamente que el vertedero incumple sistemáticamente los requisitos exigidos por la normativa medioambiental. Según las directrices europeas, los residuos que se depositan deben haber sido previamente tratados, algo que no siempre se ha cumplido. Además, las autorizaciones ambientales integradas no se han respetado plenamente, y las exigencias en cuanto a la protección de acuíferos, reforestación de la zona o instalación de barreras naturales han sido ignoradas o ejecutadas de forma deficiente.
Todo ello debería ser motivo suficiente para iniciar el proceso de cierre del vertedero, como marcan las propias normativas regionales y estatales. Pero ni el Consorcio RSU —cuyo gerente es natural de Bolaños y debería conocer perfectamente el sufrimiento de sus vecinos—, ni las instituciones competentes, han dado el paso definitivo.
Unos pagan y otros soportan
Resulta especialmente indignante para los ciudadanos de Almagro y Bolaños comprobar que, mientras otros municipios pagan por depositar sus residuos aquí, ellos solo reciben “migajas” en forma de promesas, estudios y buenas palabras. Las supuestas “compensaciones económicas” no han supuesto ni una mejora sustancial en servicios ni una exención en la tasa de basura, algo que se ha reclamado reiteradamente sin éxito.
Propuestas como la creación de nuevos proyectos, beneficios fiscales o la mejora de las infraestructuras locales no dejan de ser parches que no abordan la raíz del problema: la existencia de un vertedero en pleno Campo de Calatrava que afecta a la salud y bienestar de miles de personas.
¿Y ahora qué?
Lo que se reclama ahora no son solo compensaciones: se exige una fecha clara de cierre, el cumplimiento escrupuloso de las normas medioambientales y un plan de transición que garantice el saneamiento de la zona afectada. Todo ello debería haberse abordado con seriedad hace años. Pero no basta con pedir. Hace falta presión ciudadana, unidad, compromiso político y voluntad para revertir una situación injusta y degradante.
Almagro y Bolaños han sido lo suficientemente generosos soportando durante décadas los residuos de toda una provincia. Ha llegado el momento de exigir soluciones reales, de alzar la voz sin miedo y de convertir el mal olor en indignación colectiva. Porque la salud, la dignidad y el aire limpio no son privilegios, son derechos.
Manuel García Sánchez