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domingo, octubre 5, 2025

Leyendas para la Noche de Difuntos – Almagro: «El coro del novicio mártir»

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Dicen que en Almagro, cuando la noche de los difuntos avanza lenta y silenciosa,
cuando la luna se oculta tras las nubes y el frío se cuela entre las piedras centenarias,
una voz juvenil se levanta desde el corazón de un edificio antiguo…
un eco claro, sereno… que no pertenece a este tiempo.

Esa voz…
nació aquí, en el Convento de la Asunción de Calatrava, hace casi un siglo.

Era el verano de 1936.
El país ardía. Las campanas no anunciaban misas… sino miedo.
Y en este convento, donde antes reinaban la oración y el estudio, se acercaba una tormenta.

Los frailes dominicos que vivían aquí enviaron a los más jóvenes de vacaciones… una decisión que les salvaría la vida.
Pero no todos se marcharon.
Algunos se quedaron.
Entre ellos, un novicio de apenas veinte años.

Era un muchacho de alma tranquila.
Su don no era el púlpito ni la pluma…
sino la música.
Su voz —clara, limpia, casi celestial— llenaba el coro del convento cada mañana, elevándose por las bóvedas como si rozara el cielo.

Pero la guerra no respeta muros ni rezos.
El 25 de julio, los pasos resonaron en el empedrado.
Gritos. Golpes en la puerta.
Milicianos entraron a la fuerza, profanaron el altar, saquearon cada rincón.
Los frailes fueron arrestados. El novicio también.
Sabía muy bien qué destino le esperaba:
las afueras de Almagro… las estaciones de tren… la muerte.

Y sin embargo, cuando lo sacaban del convento, hizo algo inesperado.
Pidió, con voz firme y tranquila:
Llevadme al coro. Una última vez.

Quizá por burla, quizá por simple desdén, los hombres aceptaron.
Lo condujeron entre ruinas y humo, hasta el coro que había sido su refugio y su alegría.

Y allí… en lugar de llorar…
en lugar de suplicar…
entonó una única nota de canto gregoriano.

Pura.
Sostenida.
Perfecta.

La risa de los soldados se apagó.
Por un instante, el tiempo se detuvo.
Aquella voz joven llenó el espacio como si todo el convento respirara con él.

Poco después, el novicio fue llevado a su martirio.
Su cuerpo cayó…
pero su canto…
no.

Desde entonces, cuando la oscuridad es más profunda —justo antes del amanecer—, quienes han trabajado o velado aquí, entre estos muros, aseguran haber sentido tres signos

Primero…
Un eco aislado: una voz juvenil que entona una nota suave, como nacida de la piedra misma. No hay bocas. No hay altavoces. Solo la bóveda… y el eco.

Segundo…
Un sentimiento de paz.
No hay frío espectral en el coro, ni miedo.
Al contrario: una calma inmensa, inexplicable, como si alguien —o algo— velara desde la penumbra.

Y tercero…
El perfume de incienso y cera encendida.
Surge sin aviso… y desaparece igual de rápido, como si una misa invisible estuviera celebrándose todavía.

Los almagreños lo saben bien.
Dicen que el novicio no se fue.
Dicen que su voz quedó grabada en las piedras,
como una ofrenda eterna…
como un guardián silencioso.

Así que esta noche,
si al pasar por el convento notas un olor a incienso…
si sientes una paz extraña en medio de la oscuridad…
si escuchas una voz que no puedes ubicar…

No temas.
No estás solo.
Es él.
El novicio mártir…
cantando, una vez más, su última nota…
esa que ni el tiempo ni la muerte pudieron silenciar.

Autor: «Noctis Almagri»

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