“La fundación del Teatro Laboratorio La Veleta fue, para mí como hijo predilecto de Aldea del Rey, y para el CELCIT como institución, mucho más que levantar un escenario, fue cumplir un sueño tejido durante décadas de caminos, encuentros y resistencia. En tierras de Castilla-La Mancha, en la entraña misma de Almagro, abrimos una puerta hacia lo profundo del alma iberoamericana. Un espacio que no pertenece a un país, sino a todos. A cada voz, a cada cuerpo, a cada historia que decide abrazar el teatro como forma de vida.
La Veleta es el eco de un viaje iniciado hace más de cincuenta años en Venezuela, cuando el CELCIT comenzó a tender puentes entre pueblos y culturas, entre Latinoamérica y España, entre el arte y la vida. Hemos caminado juntos —teatristas, maestros, poetas, pensadores, técnicos— acortando distancias, uniéndonos por encima de fronteras, compartiendo lenguajes y silencios. Esa ha sido nuestra misión: unir. Y La Veleta es el símbolo tangible de esa unión.
Este espacio nació con esfuerzo y con una pasión que no se apaga. Cada tabla, cada foco, cada telón lleva impreso el amor de quienes lo construimos. Pero sobre todo, lleva la huella de mi compañera de vida y de lucha: Elena Schaposnik, Secretaria General del CELCIT, quien partió recientemente, en junio. Elena fue corazón, brújula y fuerza. Su claridad, su ternura, su rigor incansable nos sostuvieron durante años. Nada de lo que hemos logrado habría sido posible sin ella. La Veleta también es su casa. Su energía vibra en cada rincón. Su legado es eterno.
Hoy, al mirar atrás, veo más de 400 compañías iberoamericanas que han pisado este escenario. Veo una constelación de voces y gestos que han hecho de La Veleta un punto de encuentro, un lugar de creación viva. Compañías de Bolivia, Ecuador, Colombia, Argentina, México, Chile, Perú, Uruguay, Brasil, El Salvador, Venezuela, Cuba, Costa Rica, y de tantas otras latitudes, han dado vida a este sueño compartido.
La Veleta no es un destino final, es tránsito, es cruce, es semilla. Es puerto en este viaje sin fin del teatro, donde seguimos preguntándonos quiénes somos, de dónde venimos, hacia dónde vamos… Y en ese viaje, aunque Elena ya no esté físicamente, sigue guiándonos. Porque su voz, como la del teatro, no se apaga nunca”.
Testimonio de Luis Molina López
Fundador y presidente del CELCIT