Cada 19 de agosto, quienes vivimos detrás de una cámara celebramos el Día Mundial de la Fotografía, un recordatorio no solo del nacimiento de una técnica que cambió para siempre la manera de ver el mundo, sino también de una forma de vida que se alimenta de instantes irrepetibles. Hoy, 19 de agosto de 2025, no puedo evitar detenerme y mirar atrás: a las imágenes que he capturado, a las que me persiguen, a las que nunca pude disparar, y a las que, en un segundo, se volvieron más poderosas que cualquier discurso escrito.
Soy fotógrafo en un medio de comunicación. Mi oficio no se mide en páginas, ni en minutos de emisión, sino en milésimas de segundo. Mi trabajo es atrapar aquello que se desvanece frente a nuestros ojos: una lágrima contenida en mitad de una protesta, la sonrisa espontánea de un niño en un barrio olvidado, la desesperación en un hospital abarrotado tras una catástrofe, o la euforia colectiva de un gol que une a miles de gargantas en un mismo grito.
Lo que hoy recordamos con esta celebración va mucho más allá de la estética. La fotografía no es solo arte; es testimonio, memoria y, en ocasiones, denuncia. El clic del obturador tiene la fuerza de desafiar el tiempo y de enfrentarse a la mentira. Cuando alguien me pregunta por qué sigo llevando siempre la cámara encima, incluso en mi vida personal, respondo con lo mismo: porque una imagen puede contar aquello que las palabras temen rozar.
Vivimos tiempos convulsos para este oficio. La inmediatez de las redes sociales ha convertido a cualquier ciudadano en fotógrafo accidental, y la saturación de imágenes ha diluido, en ocasiones, el valor de lo que vemos. Pero la fotografía periodística —la de verdad, la que exige contexto, ética y responsabilidad— no se improvisa. Un disparo certero no es solo cuestión de suerte: requiere preparación, sensibilidad, respeto y, muchas veces, el peso de decisiones morales que ningún algoritmo puede asumir.
Hoy, mientras celebramos el Día Mundial de la Fotografía, pienso también en las imágenes que cambiaron la historia: el hombre frente al tanque en Tiananmén, la niña del napalm en Vietnam, la llegada del hombre a la Luna. Todas ellas nacieron de un fotógrafo que, en fracciones de segundo, eligió no apartar la cámara y sostener la mirada del mundo. Cada generación tiene sus propios símbolos visuales; las nuestras, quizá, se transmitan en pantallas digitales en lugar de en papel fotográfico, pero la fuerza sigue siendo la misma.
Ser fotógrafo en un medio implica vivir en tensión constante entre el deber profesional y la sensibilidad personal. Hay días en los que la cámara se siente como un escudo que nos protege de la crudeza de lo que estamos presenciando, y otros en los que pesa como una losa porque sé que estamos robando fragmentos de intimidad a quienes, sin querer, se convierten en protagonistas de la actualidad. Pero esa contradicción también nos humaniza. Nos recuerda que, detrás del objetivo, hay una persona que duda, que tiembla, que respira.
Quizá el reto más grande que enfrentamos hoy sea preservar la credibilidad de nuestras imágenes. En la era de la inteligencia artificial, donde se generan fotos que nunca existieron y se manipulan realidades con precisión milimétrica, el valor del fotoperiodista radica en ser garantía de verdad. Nuestra firma ya no es solo estética: es un compromiso ético con los lectores, con la sociedad y con la historia.
Por eso este día no debería celebrarse únicamente entre quienes portamos cámaras. La fotografía pertenece a todos. Cada vez que alguien abre un periódico y se detiene en una imagen antes de leer el pie de foto, está reconociendo el poder de la mirada. Cada vez que un archivo rescata imágenes de hace décadas y nos devuelve la memoria de lo que fuimos, confirma que la fotografía no muere: se transforma en legado.
Hoy, 19 de agosto de 2025, celebro este oficio con gratitud y con responsabilidad. Porque ser fotógrafo en un medio de comunicación no consiste en disparar por disparar, sino en elegir qué merece ser contado y cómo mostrarlo al mundo. En definitiva, consiste en iluminar lo invisible. Y mientras exista alguien dispuesto a mirar, nuestra labor seguirá teniendo sentido.
Vicente Galiano M