España arde. No es una metáfora. Es humo real, fuego real, muerte real. Tres personas han perdido la vida, más de 8.000 han sido desalojadas y 85.000 hectáreas han quedado reducidas a cenizas en solo una semana. En lo que va de año, 157.501 hectáreas han sido devoradas por 202 incendios, y el Gobierno ha tenido que activar, por primera vez este año, el Mecanismo Europeo de Protección Civil para recibir ayuda extranjera.
Mientras todo esto ocurre, el ministro de Transportes y Movilidad Sostenible, Óscar Puente, ha elegido no hablarle al dolor de los ciudadanos, sino a su adversario político.
En el momento más crítico del año para miles de españoles, Puente ha demostrado que para algunos dirigentes la prioridad no es sofocar el fuego que arrasa el país, sino alimentar el incendio de la confrontación. Es un gesto tan cínico como revelador: mientras brigadas de bomberos, pilotos y voluntarios arriesgan su vida, el ministro ha preferido gastar su munición en una guerra de trincheras verbales que no salva ni una hectárea, no rescata a un solo vecino y no apaga ni una chispa.
Esto no es un lapsus. Es un patrón. El desprecio implícito a la urgencia nacional revela una alarmante desconexión con la realidad: un ministro más preocupado por el rédito político que por el destino de quienes lo sostienen con sus impuestos. Un país que sangra hectáreas, vidas y recursos no necesita a un portavoz de la refriega partidista; necesita a un líder capaz de mirar a los ojos a las víctimas y decir: “Estamos aquí. Vamos a actuar. No os dejaremos solos”.
Pero esas palabras no llegaron. Y su ausencia habla más que cualquier declaración improvisada. Porque la gestión política de una tragedia no se mide por el ingenio del ataque al rival, sino por la eficacia y humanidad de la respuesta. Aquí no ha habido ni una cosa ni la otra.
Cada nombre de las víctimas debería pesar como una losa sobre la conciencia del Ejecutivo:
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El hombre de 50 años calcinado en Madrid intentando salvar caballos.
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El hombre de 35 atrapado en León por un fuego que avanzó sin control.
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El joven de 37 años, quemado en un 85% mientras luchaba contra las llamas en Zamora.
A estos se suman más de una decena de heridos graves, con quemaduras que cubren gran parte de su cuerpo.
Frente a estas cifras, cualquier palabra que no sea de coordinación, de apoyo y de acción inmediata es un insulto.
España necesita dirigentes que entiendan que el sufrimiento no se debate: se atiende. Que el humo no es solo un problema medioambiental: es una emergencia nacional. Que mientras se intercambian pullas desde un atril, las llamas no esperan. Y que cada minuto perdido en discursos estériles es un minuto ganado por el fuego.
Óscar Puente, en este capítulo trágico, ha preferido ser pirómano del enfrentamiento político antes que bombero de la crisis. La historia lo recordará, y no para bien. Porque mientras España ardía, su ministro no estaba apagando incendios: estaba avivando otros.
Manuel García Sánchez