Las sociedades, pueblos e individuos que se creen más evolucionados que otros, más cultos y sobre todo, más progresistas, aman el asfalto hasta el punto de querer vivir en un mundo de alquitrán negro, y lo que no se puede asfaltar, en fin, por lo menos, alicatarlo, embaldosarlo, en una palabra, cubrirlo de superficies lisas, que no manchen y que se limpien fácilmente.
El rey Asfalto se presenta como el salvador de incordiosas molestias producidas por el polvo que se queda pegado a las suelas de los zapatos, o el que entraría por las ventanas a la impoluta casa (¡ Cómo Dios manda!). El asfalto es la solución a algo aún peor que el polvo, el barro!!!! Esa mezcla de tierra y agua que se hace cuando llueve y que va dejando un rastro inconfundible y que debe ser peligrosísima a juzgar por los gritos que claman al cielo que cómo se le ocurre a uno entrar así a la casa, oficina, gimnasio etc!!!!!!
El barro hace que a los reyes del asfalto se les entornen los ojos y con la más vehemente de las sospechas, se pregunten dónde habrás estado para llevar las zapatillas tan sucias. El barro, con sus múltiples beneficios, es una sustancia que produce más caras de disgusto, desagrado y alarma que el ácido bórico.
Los amigos del asfalto son además amantes enloquecidos de sus vehículos, de sus flamantes coches. Y aquí sí que es donde topamos con pared. No hay ninguna manera medianamente razonable de convencerlos de que los coches están preparados para ir por todo tipo de carreteras (las que hay por todos lados y que conectan perfectamente hasta el último pueblo) y si quieren, por caminos también pueden ir en coche porque si se manchan, después se pueden lavar y, que al fin y al cabo, el coche debe estar al servicio de uno y no al revés. Pero uy no, no, no, en ese punto las voces se crispan, los comentarios sobre los naturalistas empiezan a ser groseros y las acusaciones vuelan.
Quisiera aclarar que no todo aquel que tiene un coche entra en este grupo, por supuesto que no, solamente los que piensan en su coche como el más preciado de sus bienes y , por tanto, el asfalto les viene de lujo. Claro, que no tan de lujo para las rodillas que se destrozan por correr o caminar por asfalto, o para tus pulmones si respiras los efluvios de una tela asfáltica que se derrite al sol. Muy poco alentador lo de salir a pasear, si.
Pero tampoco vayan a creer que me he vuelto loca y es que quisiera que de repente todo el país estuviera sin asfaltar. Bueno, si me gustaría, pero entiendo que no es así la cosa, que no funciona así el mundo en el siglo XXI; pero seamos serios, el asfalto está bien dentro de las ciudades o pueblos, siempre y cuando el asfaltado no esté justo encima de un adoquinado o empedrado que tiene centenares de años y es la esencia de dicho pueblo; pueblos algunos considerados Conjunto Histórico Artístico y con reconocimientos como el de “Uno de los pueblos más bonitos de España” ( no se si este reconocimiento es vitalicio, espero que no, bastante ya tenemos con los cargos políticos de ese tipo).
Tampoco veo claro que pinta el asfalto en mitad del campo, y mucho menos aún en un tramo al que tuvieron la osadía de darle el nombre de “ECOVIA”, que alguien me lo explique, porque yo que me dedico a las lenguas creo que el nombre que le va al pelo es el de “Petro-Vía”.
Los que dicen estar del lado del progreso y además tienen poder nunca piensan en plantar árboles o ampliar zonas de recreo naturales donde el caminante pueda deleitarse escuchando el ruido de sus pisadas, sentir que la madre tierra lo mece en su paseo, donde los niños al jugar levanten polvo, donde escribir sus nombres con la ayuda de un palo y donde no abrase el piso que los recibe si caen, donde el ladrillo, el cemento y el alquitrán no sean los protagonistas.
Los que amamos la naturaleza, que es la fuente de vida sin la cual nada existiría, reclamamos y exigimos que se respete la naturaleza, por pobre que ésta sea, y que se lleven a cabo políticas de respeto y fomento del patrimonio cultural e histórico y de los espacios naturales que aún nos quedan.
Que el rey asfalto le devuelva su espacio a la Reina Naturaleza.
María Pozo
Profesora de español e inglés
Almagro