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lunes, julio 14, 2025
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«Calatrava»: La cerveza que llevó el nombre de la Orden militar del Campo de Calatrava a los bares de toda España

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En el corazón de la Mancha, donde la historia se entrelaza con el paisaje y la toponimia, existió una cerveza que fue más que una simple bebida: fue un símbolo de identidad, un motor económico y un espejo de los avatares industriales de España. Hablamos de Calatrava, una marca que, aunque hoy ya no se produce, dejó una huella imborrable en la memoria colectiva de Ciudad Real y sus alrededores.

La elección del nombre “Calatrava” para esta cerveza no fue casualidad, sino un tributo a la profunda impronta que la Orden de Calatrava dejó en el centro-sur de la península ibérica durante los siglos XII y XIII. Los numerosos pueblos que aún hoy portan el “apellido” Calatrava en la comarca del Campo de Calatrava, en la provincia de Ciudad Real, y la omnipresente cruz de la Orden en sus escudos, son la prueba viviente de esta herencia. Era, sin duda, el nombre perfecto para una cerveza nacida de esta tierra.

En los años 60, la cervecera jiennense El Alcázar S.A. tuvo la visión de expandirse y, con buen ojo comercial, estableció en Ciudad Real la fábrica CEMANSA. Su producto estrella, la cerveza Calatrava, adoptó como imagen la emblemática cruz de la Orden, conectando así la bebida con la rica historia y el sentimiento de pertenencia de la región. Era una estrategia inteligente, similar a la de otras cerveceras españolas que asociaban sus marcas a monumentos o símbolos locales, como Mezquita, Alhambra o La Cruz del Campo.

La llegada de CEMANSA y la cerveza Calatrava a Ciudad Real no fue solo un acontecimiento empresarial; fue un impulso para la provincia. En un momento de resurgir económico en España, la fábrica prometía la tan anhelada transformación de un ambiente predominantemente agropecuario y de funcionarismo. Se crearon puestos de trabajo, se dinamizó el comercio y se forjó un sentimiento de orgullo local. La calidad de la cerveza Calatrava, unida a un indudable “regionalismo”, logró lo impensable: conquistar un mercado donde competía con marcas de renombre. Su expansión por gran parte de la geografía española llevó el nombre del Campo de Calatrava más allá de sus fronteras, demostrando que la calidad, y un poco de arraigo, pueden mover montañas.

Sin embargo, la historia de Calatrava también es un reflejo de los desafíos y las fusiones que marcaron el panorama industrial español en las últimas décadas del siglo XX. La necesidad de abaratar costes, la transición de las botellas litografiadas a las etiquetas de papel, y las multimillonarias inversiones requeridas para modernizar las instalaciones, fueron pasos inevitables. La fusión por absorción de CEMANSA por parte de El Alcázar a finales de 1970, aunque inicialmente presentada como una estrategia para compensar pérdidas y obtener ventajas fiscales, marcó el inicio de lo que, retrospectivamente, se percibe como la “crónica de una muerte anunciada”.

Un giro inesperado, y trágico, en la historia de Calatrava fue la presunta pérdida de calidad del agua suministrada a la fábrica en los años 80-90. Este hecho, si bien no ha sido oficialmente confirmado como la única razón, se menciona como un factor clave que perjudicó la composición, sabor y color de la cerveza, provocando devoluciones masivas y una crisis en la gestión.

La entrada de España en la C.E.E. y la posterior consolidación del sector cervecero llevaron a Calatrava a integrarse en el Grupo Cruzcampo, que a su vez fue adquirido por la multinacional Guinness, y más tarde por Diageo y finalmente por Heineken. En este baile de gigantes, la pequeña pero significativa Calatrava fue diluyéndose. En 1993, dejó de producirse, convirtiéndose en un mero centro de distribución y, finalmente, la sociedad El Alcázar también desapareció jurídicamente.

A pesar de su cese como fábrica, la marca Calatrava, junto con sus variantes Pilsen y Golden, encontró una nueva vida en el sector de las “marcas blancas”, pasando a depender de Plataforma Continental, S.L., una filial de S.A. Damm. Un destino que compartió con otras marcas señeras de honda raíz local, víctimas de los grandes intereses financieros globales.

La historia de la cerveza Calatrava es un fascinante relato de identidad, emprendimiento y los vaivenes de la economía. Nos recuerda la importancia de las raíces, el poder de una marca para forjar un sentido de pertenencia y, a la vez, la implacable realidad de un mercado globalizado. Aunque hoy no podamos disfrutar de su sabor, el eco de Calatrava resuena en la memoria, un testimonio de una época en la que una cerveza ciudadrealeña conquistó paladares y corazones, llevando con orgullo el nombre de una Orden milenaria, “Calatrava”.

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