En la noche del 31 de octubre, cuando el velo entre lo visible y lo invisible parece diluirse, Almagro volvió a ser escenario de una de sus citas más esperadas con la tradición, la palabra y el misterio. La Asociación Cultural Almágora celebró su ya consolidada Velada Literaria de la Noche de los Difuntos en la desacralizada Iglesia de San Agustín, un espacio donde la historia y el arte se mezclan con la evocación de las almas, los recuerdos y los ecos del pasado.
Este encuentro, que cada año gana en profundidad y simbolismo, reunió a un público numeroso, deseoso de reencontrarse con la literatura más íntima y con las raíces de una festividad que, lejos de las modas foráneas, sigue defendiendo su esencia española. En un ambiente de penumbra, con la capilla de San Nicolás de Tolentino como escenario de fondo, las voces de actores, escritores y poetas hicieron vibrar las paredes del antiguo templo, convirtiendo la palabra en conjuro y la lectura en ceremonia.
El presidente de la Asociación Almágora, Isidro Hidalgo, abrió la velada con una reflexión necesaria: la defensa de nuestras tradiciones frente a la invasión de costumbres ajenas. Mientras Halloween multiplica disfraces y calabazas, en Almagro se celebra la palabra, se honra a los difuntos y se mantiene viva una forma de arte que hunde sus raíces en el alma española. Hidalgo recordó que estas noches eran, desde antiguo, un encuentro con la memoria colectiva, un diálogo con los que ya no están y una forma de rendir tributo a lo intangible.
Entre los participantes, destacaron las lecturas de Elena Bautista, Nieves Martínez Carrión, Ángel Malagón Escobar, Francisco J. Martínez Carrión y Eva Moraga, quienes ofrecieron un mosaico de textos que iban desde la evocación poética hasta el relato sobrenatural. Bautista rindió homenaje a la escritora almagreña Manolita Espinosa, recientemente fallecida, recuperando sus versos más hondos y emotivos. Las interpretaciones de Nieves Martínez Carrión y Francisco J. Martínez Carrión, junto con la sensibilidad de Ángel Malagón y Eva Moraga, llenaron de matices la noche, alternando lo trágico y lo humorístico, lo macabro y lo entrañable, tal como manda la tradición de las veladas de ánimas.
Como colofón, y como gran novedad de esta edición, se representó una lectura teatralizada de un fragmento de “Don Juan Tenorio”, de José Zorrilla, en las voces de Antonio León, Francisco J. Martínez Carrión y Nieves Martínez Carrión. No podía faltar el texto por excelencia de estas fechas, esa obra que une amor, muerte y redención, y que desde el siglo XIX ha marcado el tono de la víspera de Todos los Santos en todo el país.
Más allá del recital, lo que se vivió en Almagro fue una reivindicación cultural y espiritual. La Noche de los Difuntos —esa fecha que en España siempre tuvo su propio carácter— se alzó como una resistencia frente a la uniformización global. Aquí, en el corazón de Castilla-La Mancha, se apuesta por recuperar el sentido de comunidad, de memoria y de arte oral, en un tiempo donde la inmediatez digital amenaza con borrar los relatos que dieron sentido a generaciones enteras.
Las historias narradas no buscan solo provocar el miedo. Buscan la emoción, la nostalgia de los tiempos en los que la gente se reunía a la luz de una vela o junto a una lumbre para escuchar los cuentos de los mayores. Porque en esas narraciones se encierra algo más que terror: está el recuerdo, la enseñanza, el valor de la palabra como refugio contra el olvido.
Con la llegada del frío y la caída de las hojas, Almagro vuelve a reunirse en torno a su patrimonio inmaterial, ese que no se toca pero que se siente en el aire, en las voces que recitan, en el eco de los muros de San Agustín. En una época dominada por la prisa, el gesto de detenerse una noche para leer y escuchar, para celebrar la vida y la muerte desde la literatura, tiene un valor casi revolucionario.
La Noche de los Difuntos en Almagro es un acto de resistencia poética. Es el empeño de un pueblo por conservar el alma que habita en sus palabras, por seguir creyendo que en la oscuridad también puede haber belleza. Y mientras las luces del templo se apagan y el público se disuelve en el silencio de las calles empedradas, una certeza perdura: mientras haya quien lea, quien recite y quien escuche, las almas —las de ayer y las de hoy— seguirán regresando a Almagro cada 31 de octubre.
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